🔥 #34: Las indulgencias y la Educación
🔥 Las indulgencias y la Educación
Artículo de Suma Positiva
1517 es el año en el que Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg en Alemania, denunciando lo él consideraba un abuso por parte de la Iglesia Católica. El abuso que Lutero denunciaba consistía en la venta de indulgencias plenarias, unos certificados que, según las creencias católicas, reducían a quienes las compraban o a sus familiares el castigo (divino) que sus pecados merecían. Lutero creía que las indulgencias incitaban a los cristianos a evitar el verdadero arrepentimiento y la aflicción por los pecados, sustituyéndolos por la compra de de estos papeles. Además, las indulgencias desalentaban a los cristianos a dar limosna los pobres o realizar otros actos de misericordia, pues los fieles pensaban que los certificados de indulgencia poseían mayor valor espiritual. Así comenzó la Reforma Protestante, un cisma en la Iglesia Católica que cambió para siempre la historia de Europa.
1517 es también el genial nombre del fondo de venture capital fundado por Michael Gibson y Danielle Strachman, unos Luteros del siglo XXI que se han rebelado contra el sistema educativo actual, al que acusan de vendernos unos títulos tan inútiles para sus compradores pero lucrativos para sus vendedores como las indulgencias que vendía la Iglesia en el siglo XVI. Su tesis de inversión consiste precisamente en invertir en startups cuyos fundadores no tengan títulos universitarios. Su labor es una continuación a mayor escala de lo que con tanto éxito hicieron con la Thiel Fellowship durante 5 años, becando a emprendedores tan relevantes como Vitálik Buterin, cofundador de Ethereum, o Dylan Field, cofundador de Figma.
Al igual que la venta de indulgencias era un negocio que iba contra el verdadero arrepentimiento, la venta de títulos educativos es un negocio que va contra el verdadero conocimiento. Si las indulgencias desalentaron a los cristianos a gastar su dinero en obras de caridad, los títulos universitarios desalientan a las mentes más brillantes a gastar su talento en nuevos descubrimientos o empresas.
El sistema estaba corrupto entonces y está corrupto ahora: se valora la forma por encima del fondo, lo que va en detrimento de toda la sociedad.
Y cuando la educación falla, el progreso falla.
Y cuando el progreso falla, sale lo peor de nosotros mismos.
El progreso se ha parado y la culpa es de la educación
La ciencia, la tecnología y la sabiduría son la fuente de casi todo lo que es bueno: mejores condiciones de vida, vidas más largas y saludables, ciudades deslumbrantes, comunidades prósperas, cielos azules, filosofías profundas, el florecimiento de las artes y todo lo demás.
Sin embargo, el ritmo al que progresamos en ciencia, tecnología y filosofía se ha ralentizado hasta casi aplanarse desde 1971, con la excepción de todo lo que tiene que ver con los ordenadores y los teléfonos móviles…que no es poco.
Bill Gates o Factfulness nos dirán que el mundo mejora y que todo tiempo pasado fue peor. Y razón no les falta. Cada vez vivimos más, hay menos analfabetos y menos personas que pasan hambre en el mundo. Pero estas mejoras responden principalmente a que estamos llevando a los países pobres los avances de los que veníamos disfrutando en los países ricos, no a que hayamos hecho grandes nuevos avances, al menos no de la talla y al ritmo de los que solíamos hacer.
Hay varios hechos que respaldan esta teoría:
Los salarios medianos (en el sentido estadístico) llevan estancados desde 1971. Anteriormente, los salarios crecían proporcionalmente al crecimiento de la productividad (cuanto produces por unidad de entrada) y la productividad está muy ligada al progreso tecnológico.
La frecuencia y la magnitud de las burbujas financieras va en aumento: Japón en los años 80, la crisis .com a principios de los 2000, la crisis financiera de 2008, la de ahora….
Las predicciones fallidas de la época dorada espacial de los 60, según las cuales en 2000 estaríamos trabajando 15 horas a la semana debido a los avances de la tecnología. O al cambio que vemos en la ciencia ficción, que ha pasado de pintarnos un futuro esperanzador al estilo de Star Trek a distopías tipo Terminator.
“We wanted flying cars, instead we got 140 characters.” – Peter Thiel
Para Gibson, Strachman y su mentor, Peter Thiel, el sistema educativo es el gran culpable de este estancamiento. No se nos da muy bien educar a personas, a pesar de que gastamos sumas ingentes de dinero en ello. Curiosamente, esta misma semana se hacía viral una carta de un profesor universitario en la que decía que “me dedico a engañar, no a enseñar”. Si no ponemos remedio a este problema, es difícil que progresemos a la velocidad que necesitamos para seguir dando respuesta a los retos a los que nos enfrentamos como sociedad.
Otro posible culpable: ya no se crean países nuevos
A lo largo de la historia, la innovación se ha concentrado siempre alrededor de ciertos núcleos. Desde la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos ha estado a la cabeza. Pero previamente el epicentro creativo estuvo en lugares como la Inglaterra Victoriana, los Países Bajos, la Italia del Renacimiento, la España del Imperio, China, Roma, Grecia…
La Historia nos enseña también que la hegemonía de cualquiera de estos polos ha sido siempre temporal. Con el tiempo, todo sistema de incentivos va revelando su parte menos buena y a los que les ha ido bien con el mismo se vuelven muy conservadores y están mucho más preocupados por preservar que por crear. Siempre han acabado sucumbiendo a la degeneración y a la corrupción. Afortunadamente, siempre que alguno de estos lugares caía, otro tomaba el relevo.
Hasta ahora.
Estados Unidos ha sido el último gran país en ser fundado y sus padres tuvieron una hoja en blanco para crear un nuevo marco legal con un cierto sistema de incentivos implícito que atrajo a personas con un perfil determinado para que pudieran empezar a jugar de cero.
Pero ahora ya no nos queda terreno en la Tierra para crear nuevos países y no hay competencia por atraer a los que hacen crecer la tarta para todos. En China lo están intentando con cierto éxito—o mucho éxito—gracias a la creación de zonas económicas especiales, con leyes y regulaciones diferentes a las del resto del país.¿O quizás la solución provenga de la creación de países virtuales como propone el crypto-utópico Balaji? ¿O nos llevará Elon a otros planetas?
¿La educación superior no vale de nada?
La educación compensa. Incluso la inútil. Nadie puede negarlo. Y esto es un gran problema, por los incentivos que genera. De media, los graduados universitarios en EEUU ganan un 70% más que los que sólo han terminado el bachillerato.
It’s Yale or jail — anónimo
La pregunta es por qué.
Un título universitario señalan ciertas cualidades sobre su poseedor, pero no las que muchos creen. De hecho, buena parte de las personas que han construido el mundo que conocemos no tenían un título universitario. No dice en realidad mucho sobre su conocimiento o habilidad, sino habla más sobre la capacidad de alguien de cumplir con su deber, de sacrificar unos cuantos años de su vida realizando una serie de tareas y proyectos de más o menos dificultad, aunque no aprenda nada de valor por el camino. Es una indulgencia que compramos para que nos perdone el pecado de nuestra ignorancia.
Una prueba de que el mercado laboral no valora el conocimiento adquirido en la universidad es que el valor de un estudiante en el mismo no es proporcional a qué porcentaje de los créditos de la carrera ha completado. Llevado al límite, el valor de una persona a la que sólo le falta una asignatura para terminar la carrera debería ser casi igual que alguien que la ha terminado, pero en la práctica no es así.
Los empleadores no pagan a los graduados por lo que han aprendido en cuatro años. Les pagan por una cualidad de su personalidad que los estudiantes ya tenían, pero que les cuesta cuatro años demostrar. El carácter se revela mediante la acción, no mediante las palabras. La causalidad está dada la vuelta: las universidades no hacen buenos a los estudiantes, los estudiantes hacen buenas a las universidades. Harvard no coge a un patán y lo convierte en un genio. Los genios que van a Harvard hacen que los patanes de Harvard parezcan genios.
¿Qué ocurriría si alguien tan bueno como para ser admitido en una universidad de élite decidiese dejarlo y ponerse a aprender de verdad o a hacer cosas de verdad? Que la gente de 1517 se interesaría por él.
Aprende cosas. Haz cosas. Deja un rastro.
Cuanto más precisamente podamos medir la habilidad y el conocimiento, y cuanto más fiablemente podamos crearnos una reputación, menos dependientes seremos de un sistema basado en medir el tiempo que pasamos cerca del reloj de la torre de una universidad como prueba de que poseemos ciertos rasgos de personalidad.
Puede que el sistema educativo sea inútil y esté corrupto hasta la médula. Puede que los empleadores aún no se hayan percatado de que hay otras formas iguales o mejores para seleccionar a sus trabajadores, como ya está ocurriendo.
Pero lo bueno es que las hay y que hoy en día son extremadamente accesibles gracias a la tecnología.
Sigue tu curiosidad, aprende cosas y, sobre todo, crea cosas. Deja un rastro de todo ello de forma que señalice tu valía mucho más que lo que podría hacer un título universitario.